Mi Auto-Control
- La Cima Oculta
- 15 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Me preparo para una carrera más de Fórmula 1. No siento que sea una carrera cualquiera; he pasado por muchos momentos complejos durante toda la temporada.
Todos los que me siguen solo ven a través de sus pantallas a una persona sonriente y sin problemas, un piloto que se pone un uniforme para manejar uno de los autos más rápidos del mundo. Por otro lado, están los medios de comunicación, que tratan de construir la imagen que más favorezca a su empresa, haciendo preguntas capciosas, inventando rumores, desarrollando teorías conspirativas, y buscando captar la atención del público para crear el siguiente contenido viral que les haga ganar audiencia.
Es complicado enfrentar, antes de cada carrera, no solo la presión que yo mismo me pongo y la de la empresa que represento, sino también la de los medios y de las personas que están atentos a que cometa un error del cual puedan hablar.
Por fin llego al circuito de Monza, Italia, uno de los más emblemáticos de la F1. Esto libera mi mente y hace que deje de pensar en todo el ruido que me rodea. Ingreso a mi vestidor y comienzo mi rutina para enfocarme en la carrera.
Tengo varios rituales que me ayudan a olvidarme de todo. Sin ellos, estaría destinado al fracaso. Debo recordarme constantemente que lo único que controlo es a mí mismo, que debo ser fiel a mi persona y que el exterior no tiene ningún derecho sobre lo que soy. Soy yo quien decide cómo comportarme y actuar en mi vida.
Es momento de dejar con las ganas a aquellos que están esperando que caiga.
Gran parte de mi ritual es un trabajo mental, acompañado de algunas acciones físicas que me obligan a concentrarme en el presente: cerrar los ojos y concentrarme en el tacto, realizar ejercicios de visualización, de coordinación, reacción y fuerza, todo para liberar el estrés y sentirme ligero y listo para entrar en acción.
Termino mi rutina de vestuario y salgo a organizar los últimos detalles antes de subirme al auto y comenzar una carrera que me haga sentir que sigo avanzando. Mientras hablo con mi equipo, llega un golpe que desvía mi atención del objetivo que tenía en mente. Francesco se acerca y me dice:
“El auto estaba presentando fallas y tuvimos que hacer modificaciones; al hacerlo, estamos obligados a iniciar la carrera desde pits”.
Esto ponía todo en mi contra, especialmente en un circuito como Monza, donde rebasar es muy complicado. A veces me parece que la vida quiere darle la razón a los medios y a la gente, como si algo buscara con insistencia desaparecerme del mapa.
Me cuesta entenderlo. ¿Cuál es el punto? ¿Acaso buscan que deje de existir la F1? ¿Quieren los medios quedarse sin trabajo, procurando que todos fallemos? ¿Por qué la sociedad tiene esa tendencia destructiva?
Después de asimilar la situación y desahogarme mentalmente, recuerdo mis fines, mis incentivos, mi propósito, todo lo que me empuja a continuar y lo que me ha hecho llegar hasta este momento.
¿Cuántos no desearían enfrentar el problema al que me enfrento? Quizá por eso quieren que caiga, porque les gustaría estar en mi lugar, y la envidia no les permite ver las cosas de otra manera.
Acepto mi realidad y replanteo la estrategia con mi equipo:
“Esto es solo un reto más. ¿Qué vamos a hacer para lograr el primer lugar aun con todo en nuestra contra? ¡Me niego a bajar los brazos!”
Siempre me sirve planear mi estrategia para alcanzar el primer lugar. Podría aspirar a algo más “viable”, pero para mí es clave exigirme lo imposible; es lo que me permite romper mis propias barreras mentales.
Con la estrategia lista, me pongo el casco. Ingreso al auto y observo mi alrededor, disfrutando del escenario. Uno nunca sabe cuándo será la última vez. Damos la primera vuelta de calentamiento y entro a pits para esperar a que la parrilla completa salga desde su posición de carrera, y entonces poder entrar en el juego.
Se encienden las luces y la carrera comienza. Salgo de pits en último lugar y recuerdo por qué estoy aquí. Me obligo a ir por ese primer lugar, piso el acelerador con todas mis fuerzas y siento el golpe de adrenalina que solo un auto de F1 puede darte. Es irónico: el auto empuja tu cuerpo hacia atrás, pero realmente vas a toda velocidad hacia adelante.
Estoy detrás del penúltimo lugar y comienzo a maniobrar para rebasarlo. El primer rebase es clave para ganar la confianza que necesito.
Rebaso al primer auto de la escudería HAAS y continúo con un excelente ritmo, llegando hasta el noveno lugar después de 25 vueltas. Ya estoy en zona de puntos y me quedan 28 vueltas por correr.
Mientras voy por el octavo lugar, noto que a uno de los autos delante de mí se le poncha una llanta. En cuestión de segundos se derrapa, llevándose a otros dos autos durante el rebase, yendo directo contra el muro. Esquivo con habilidad y una dosis de suerte los autos y las piezas que volaban por todas partes, el ala izquierda de mi auto sufre un contacto con una de esas piezas y se rompe.
Bandera roja: Todos los autos regresamos a pits. Esto me coloca en el sexto lugar, ya que tres de los autos involucrados en el accidente tuvieron que abandonar la carrera. Nos quedan 27 vueltas.
Estando en pits, siento nervios y una dosis de desconfianza, temiendo que todo lo positivo logrado hasta ahora se desvanezca por un descuido. Llevamos 15 minutos esperando a que se limpie la pista, lo cual hace que pierdas el ritmo de carrera y te inunden los pensamientos.
Debo controlar mi mente y posicionarme adecuadamente para la recta final. Tengo que estar en mi zona para lograr ese primer lugar.
Mi auto tiene daños que no pueden repararse en pits mientras esperamos el reinicio. Volvemos a la pista y, en el arranque, un auto se adelanta y me gana una posición. Esto me da un impulso de carácter, entrando en el estado mental que necesito, donde no pienso en nada más que en el presente, estoy en mi zona!!
Solo veo autos. La velocidad parece imperceptible; de hecho, siento que voy en cámara lenta. De repente, estoy en segundo lugar. En eso, algo suena en el audífono, es mi ingeniero de carrera:
“¡Vamos! ¡Quedan cinco vueltas y tienes mejor ritmo!”
Ojalá no me hubiera dicho eso. Mi mente se distrae pensando en lo cerca que estoy, y eso puede hacer que empiece a pensar demasiado.
Pierdo algo de ritmo, y el tercer lugar se acerca rápidamente. Intenta un rebase por el interior de la curva, pero logro contenerlo y salir adelante. Este momento vuelve a generar un micro impulso mental que me lleva a una concentración altísima. Quedan dos vueltas y estoy a 1.5 segundos del primer lugar.
Entramos en la última vuelta. Tengo dos oportunidades más de DRS, me acerco a 0.25 segundos. Sé que queda una última recta y que debo estar muy cerca para tener ventaja en la curva anterior. Al entrar en la curva, mi rival hace una maniobra inesperada que casi provoca el contacto. Reacciono instintivamente y logro ganar una pequeña ventaja. Entramos en la recta final, y ahora dependemos más de nuestros autos que de nosotros mismos.
Cruzamos la meta, y nadie sabe quién ha ganado. Hay un silencio total.
Mi ingeniero de carrera me habla por la radio:
“Están revisando las imágenes, están marcando las líneas para ver quién es el ganador, es milimétricooo, woooooowww… ¡Ganaaaaamooooooos! ¡Gaaaaanamoooooos!, ¡No lo puedo creeeer!”
En ese momento, me quedo sin palabras. Las lágrimas de felicidad y alivio brotan. Mi esfuerzo y el de mi equipo finalmente son reconocidos, no por otros, sino por la vida misma.
Me queda claro que nadie en el mundo puede controlar mis acciones y pensamientos. Soy yo la única persona que decide sobre mí mismo.